Se podrá decir que ahora es fácil hablar, opinar y escribir. También que éste fue un primer paso nada más, que falta muchísimo. Que lo que viene no es fácil ni tan bueno, y que hay que estarse muy atentos para que no vuelva a pasar lo mismo; ni remotamente parecido. Podrá argumentarse que es un gran avance de la sociedad haber logrado por primera vez echar a patadas en el culo al peor Gobierno de la historia; y festejarlo.
Algunos se sentirán orgullosos y responsables de semejante cosa. Unos llorarán de tristeza, otros de alegría. Habrá quienes jurarán venganza y los que volverán a sus casas con el sentimiento de haber contribuido y que ya está.Se podrán hacer mil y un análisis de lo que pasó.
Se sabrán calcular las millones de veces que en esos dos meses y medio se mencionó el apellido, el nombre, el sobrenombre, el otro sobrenombre; para ponerse a favor, en contra o manifestarse indiferente y/o “podrido” del tema.Se conjeturará sobre si nos lo merecíamos o si no; si era “legítimo” o si una vez más el sistema democrático (y electoral) se nos cagó de risa en la cara y nos demostró que es una mentira; que no se “elige” sino que se “opta” por alguno, que no es lo mismo. Y que lo de la “mayoría” –como quedó demostrado– es un cuento grande de acá a la China.
Los que indican conocerlo podrán esgrimir que nunca les sorprendió su accionar porque siempre fue igual, desde chiquito. Inclusive que solamente hizo lo que prometió. También se aceptará el análisis de aquellos que señalan que en el último tiempo se le “agravó” la personalidad hasta adquirir ribetes tragicómicos. Se podrá intentar averiguar qué hay de cierto sobre la versión de que padece una grave enfermedad; y se podrá solidarizarse y rezar por una pronta recuperación. Hasta se podrá tener lástima. Y recomendarle que ahora que tiene tiempo se haga tratar, en serio.
Más: podrá seguirse pidiendo “seguridad”, “control”, “represión”, “orden”. “Tradición, Familia y Propiedad”. “Dios, Patria, Hogar”. “Ciudad modelo”. Multas más estrictas, impuestos más altos, más funcionarios todavía, ya no una policía comunal, sino muchas policías barriales, miles de policías por manzana y diez miles por cuadra. Uno por casa, si quieren.Estarán los que se pondrán contentos porque este que pusieron es “democrático”, “honesto”, “tranquilo”, “capaz”, “perfil bajo”. Un “gordo bueno”.
Los entendidos pronosticarán que en el día 179 estos, los “nuevos”, bicicletearán para que el tiempo se alargue, calme más las cosas y les permita salir triunfantes en la elección, “porque total la gente se olvida”. Algunos futurólogos aventurarán nombres y cargos y perfiles de gestión y resultados y consecuencias. Los más fanáticos querrán salir a la calle todos los días “y donde se manden una, colgarlos de las bolas”.
Algún nostálgico formulará la pergolineana pregunta: “¿qué estará haciendo en este momento?”. Otro certificará que se está preparando para volver. Pedirán que renuncie la mujer, el que lo puso, el mentor, el padre de la criatura, el idiota que lo aceptó, el cagón que se la tuvo que comer, el secretario, el bufón y hasta el mayordomo.Lo cierto es que muy pocos –casi ninguno, mejor dicho– pudo pensar que esto terminaba en cuatro años; ni él mismo.Desde la primera medida, desde la primera marcha se veía venir.
Desde el sábado del quilombo se terminó de madurar que no daba para mucho; porque con una velocidad muy notoria, hasta los que primero estaban conformes, hasta los mismos que lo habían votado, se dieron cuenta de que con semejante vehemencia, virulencia, y violencia era imposible. Y por eso cada vez fueron más los que le exigieron que se vaya; que en definitiva hubiera sido lo que más le convenía (a él incluido).
Los medios y periodistas que desde el principio lo enfrentaron podrán sentir que obraron bien o podrán creerse “culpables”; los que lo ensalzaron por costumbre y después pidieron perdón, seguirán haciendo lo mismo. Por costumbre, por ensalzadores, por conveniencia, por ineptitud, por obediencia o por profilaxis.
Pero el viernes a la noche, después de la marcha, Santa Rosa fue más linda que nunca. Fue una ciudad hermosa, capital de la alegría.Caminar por el centro, por el barrio, por la calle, tenía un aroma nuevo y especial que llenaba los pulmones, que alegraba el ánimo, que inflaba el corazón y que daba ganas de que el día no se terminara nunca. Hasta parecía que no había más mugre. Las vidrieras de los negocios eran bonitas, las casas parecían de película, la gente buena, los kiosqueros atentos, los automovilistas pacientes, los bolicheros amigos, ¡sonreían los policías que paseaban en moto!. Fue una tarde-noche en que se apoderó de los santarroseños, como nunca, un bellísimo y quizás irrepetible sentimiento de belleza y felicidad. Saludos a todos, menos a uno.
Luciano Gaich
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