4/18/2007

Si pasa lo que no tiene que pasar...


Estábamos de sobremesa, a la luz de la luna en una noche de Zona Norte. Y a una amiga le salió la pregunta que ni yo mismo me había animado a hacerme.


–Che, Juan... ¿y si gana Marín vos qué vas a hacer? ¿Te vas a ir de la provincia?

Glup.

Al calor de las brasas se desató una charla con mucho de catarsis. Cerca de una decena de tipos que bordean los 30 años empezamos a contar lo que nos pasa, la relación con las instituciones, las sensaciones que nos provoca la política sucia, la idea de futuro, los interrogantes sobre lo que viene. Todos teníamos para contar cotidianas historias de corrupción y trampa, de injusticia y miedo, de cobardías y violencias, de chantajes e impunidades.

La isla que ya no es –que nunca fue– puede ser todavía peor. Se huelen años demasiado oscuros si pasa lo que no tiene que pasar.

A los pocos días le pegaron a Zaira Mendoza, una mujer común que tuvo la sencilla valentía de decir la verdad. A ella también le llueven preguntas (“¿te vas a ir de la provincia?”) y propuestas indecentes de algunos amigos (“¿por qué mejor no te callás la boca?”).

Y hay más. Me voy encontrando a cada paso con gente que dice más o menos lo mismo: si pasa lo que no tiene que pasar, la salida es el exilio. Irse de la provincia. O en todo caso, reducir las expectativas de un ser humano normal, apichonarse, encerrarse en uno mismo, no preguntar, no hablar, no pensar demasiado, no enroscarse con esas cosas; dejar que la política la hagan los políticos y meterse en un caparazón.

¿Qué hubiera pasado en el país si en el 2003 ganaba Menem? ¿Qué hubiera sido de nosotros? ¿A qué cosas nos hubiéramos acostumbrado? ¿Qué hubiera ocurrido, esa vez, si pasaba lo que no tenía que pasar?

¿No se parece este 2007 de La Pampa –que siempre atrasa– al 2003 del país?

Acá estamos, en una provincia con fama de que nunca pasaba nada, tomando como lo más natural del mundo el exilio obligado, la necesidad de escaparse, muy democráticamente, si es que el jefe de la mafia vuelve a su sillón.

Se percibe más violencia, más narcotráfico, más corrupción, más trampa, más injusticia, más impunidad. Pero con un detalle nada menor: si pasa lo que no tiene que pasar, esta vez los ciudadanos no podremos hacernos los distraídos.

Si esta vez ocurre lo que no tiene que ocurrir, no será porque nos engañaron o nos vendieron pescado podrido en la campaña. Porque la “honestidad” está siendo demasiado brutal. Será, simplemente, que elegimos eso. Que es lo que nos merecíamos.

Porque los mafiosos, esta vez, no han hecho ni un gesto de supuesto arrepentimiento por algunas de sus prácticas; ya ni lo disimulan. No han dado otra imagen. Su lógica parece ser, con vistas a este 2007 electoral: “nos juntamos los peores, sí, todos juntos, ¿y qué?”.

Y no se trata de mejores y peores según su nivel de conocimiento, ni su religión, ni su sabiduría académica, ni su oratoria. Se trata de los que peor conducta pública han tenido: los más chantas, los más tránsfugas, los más descarados, los menos solidarios. Los narcos, los violentos, los ladrones de guante blanco, los extorsionadores profesionales, los que se robaron la plata de los comedores escolares y de los discapacitados, los que se afanaron la guita de las viviendas, los que destrozaron el parque industrial, los que importaron a La Pampa la miseria y la marginalidad, los que se cagaron en la idea de justicia (económica, social, de todo tipo), los que medraron con la desocupación y la pobreza, los que generaron la cultura del clientelismo, la prebenda, el favor, el miedo, el toma y daca.

Será volver 30 años para atrás, como dice Zaira Mendoza. Su pecado fue ver y escuchar el momento en que se preparaba un ataque contra el periodismo en el congreso del PJ, el 18 de noviembre pasado. Se animó a contarlo ante la Justicia. Y puso en evidencia lo más grave del caso: además de la golpiza, la patota marinista había tramado un “puntazo” (con un arma blanca). Y habían sido instigados por alguien (que por ahora es un misterio), ya que entre ellos mismos alcanzaron a advertirse: “dijo que le diéramos pero que no le hiciéramos mal”.

Desde entonces, Zaira tuvo que soportar de todo: recibió múltiples amenazas telefónicas, uno de los barrabravas que protagonizó el ataque la “apretó” en persona y –para completarla– el mes pasado la agredieron salvajemente: “Te dijimos que te callaras y no te callaste”, le reprocharon, acostumbrados a que impere la ley de la selva cada vez que se les ocurre o cada vez que lo necesitan. “Creí que me mataban”, cuenta Zaira. Y piensa en el exilio.

La Policía y la Justicia no saben quién le pegó a Zaira. O por lo menos no lo agarraron. Aunque no hace falta demasiada pericia para deducir a quién responde el patotero.

Pero además de todo eso, Zaira tuvo y tiene que aguantar (y no sólo ella, sino toda la comunidad) otras cosas: 1) que la hayan desprotegido ridículamente: pese a que se veía venir lo que podía ocurrir, la Policía y el Ministerio de Gobierno, Justicia y Seguridad a cargo de Rodolfo Gazia permitieron que sucediera lo que sucedió (a veces alcanza con la incompetencia para que haya una “zona liberada”); 2) la Justicia no hizo absolutamente nada con el valiosísimo testimonio que aportó (el fiscal de Victorica, Raúl Miño, ni se ocupó de investigar si hubo un arma blanca y/o un instigador) y 3) buena parte de la gente que la rodea sigue sugiriéndole que se calle la boca y que se saque el compromiso de encima.

Aunque ella persevera con entereza y coraje, la realidad instala el interrogante: ¿Zaira es una excepción? ¿Qué están (qué estamos) dispuestos a hacer los ciudadanos para vivir en una sociedad mejor?

Hay una lamentable evidencia: el poder político prefiere barrabravas y no testigos que digan la verdad. El poder político estimula –y se aprovecha de– patoteros a sueldo, clientes baratos, cómplices silenciosos. Y detesta ciudadanos que, por eso mismo (por ciudadanos), busquen la libertad, la paz, la justicia (y todo junto: libertad, paz y justicia). Y desde ese deseo critiquen, pregunten, piensen, reclamen, tengan ideas, concreten proyectos, creen, modifiquen, reformen, cambien. Que eso es la política.

El poder político –desde el mafioso mayor hasta el último de los secuaces que lleva partes de sus genes en su ADN político– quiere una sociedad chata, gris, mediocre, calladita y sumisa, donde nadie haga demasiadas olas y todos bajen la cabeza. Por eso mismo es que los peores encuentran, en ese mundillo de la política y los políticos, resistencias siempre tibias, timoratas, a media agua.

El asunto es si a esta altura, cuando ya ninguno de los actores puede disimular lo que es, los ciudadanos están (estamos) dispuestos a que siga siendo así.

El 2007 de La Pampa se parece al 2003 del país. Se huele, por un lado, el fin de época. Pero acecha, por el otro, la posibilidad de que vengan años demasiado oscuros (mucho más oscuros que antes) si pasa lo que no tiene que pasar.

Que no pase.


J.P.G.

1 comentario:

Matías Sapegno dijo...

No te vayas Juan Pablo, te queremos.
Hablando en serio, no creo que sea para tanto. Si gana Marín, no creo que se pegue un tiro en un pie cometiendo o dejando cometer alguna barbaridad. No es negocio.

Matías Sapegno