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11/03/2007
"DEMOCRACIA" TRAMPOSA
La “democracia” capitalista no sólo hace trampa porque considera que el mentado “gobierno del pueblo y para el pueblo” se limita a convocar elecciones cada tanto y desecha otros mecanismos participativos.
No sólo hace trampa porque la definición de ese voto está sometida a violentos tironeos de la peor especie, y una buena proporción de los ciudadanos lejos de sufragar libremente lo hace bajo presión, extorsión o miedo (ni hablemos de pretender un voto con convicción y espíritu crítico, porque eso ya parece demasiado...)
El sistema no sólo hace trampa porque se vende como el modo en que se seleccionan las mejores propuestas y en realidad no existen verdaderas plataformas electorales, ni debates, ni cruce de ideas entre los postulantes.
No sólo hace trampa porque, en abundante proporción, los candidatos electos se cagan en lo que difundieron y prometieron. Y más aún: llegan mintiendo –porque así se logran más votos– y después traicionan a favor de las corporaciones y poderes instituidos, aplicando la lógica que Antonio Cafiero le confesó a Pino Solanas en la película “Memorias del Saqueo”.
Los candidatos –sobre todo los que ganan o están cerca– nunca exhiben sus intereses, ni para qué lado juegan (y por algo será...). Y no utilizan argumentos para pedir el voto, sino más vale los bienes materiales, el pánico o las operaciones políticas de baja estofa.
MENOS MANOS
Pero hay, finalmente, una trampa más de la “democracia” capitalista, que consiste en la aplicación de leyes, reglamentos y sistemas electorales que reducen la participación ciudadana y dejan en menos manos la llamada “representatividad” del pueblo.
Los medios más importantes, las fuerzas partidarias y la opinión pública reproducen, después de las elecciones, los porcentajes que las autoridades judiciales asientan en sus planillas.
El sistema se garantiza a sí mismo que los votos en blanco no sean tenidos en cuenta: son ciudadanos que no existen. Ni qué hablar de aquellos que anulan su sufragio. Y mucho menos de los que ni concurren al acto eleccionario.
CIFRAS REALES
Si tomamos las cifras reales, llegamos a la conclusión de que el “contundente” triunfo del PJ, la “tremenda” victoria electoral, consiste –en realidad– en que el oficialismo se llevase un solo voto de cada 3 pampeanos habilitados a sufragar.
Jorge es gobernador electo con el 36,6% del voto de los pampeanos habilitados en el padrón. O sea: está lejos de representar a la mayoría.
Lo mismo ocurre con el electo intendente Juan Carlos Tierno, que apenas llega al 30,6% de los votos de los santarroseños en condiciones de elegir a sus autoridades.
MÁS POR MENOS
Esas normativas, esos sistemas, son los que permiten que las mayorías –hegemónicas a veces– se construyan a partir de menos exigencias; pero a las minorías les reclama mayores logros.
Ese régimen es, en gran parte, hijo del histórico bipartidismo argentino (que en La Pampa, siempre retardada políticamente, sigue teniendo vigencia). Y que además encontró mayor fuerza institucional a partir de la reforma constitucional del ’94 que pactaron menemistas y alfonsinistas. La lógica es evidente: repartir la torta entre dos grandes fuerzas para dejar al margen a los demás.
UN BUEN VIEJO
Ongaro fue un abogado reconocidísimo en la provincia, con una trayectoria intachable, demostraciones concretas de su honestidad e independencia. Pero mucho más que eso, los que lo conocieron lo recordarán por un nivel de humanidad extraordinario en las instituciones oficiales y en las épocas actuales.
Era un buen viejo, que en su vitalidad y en su visión del mundo tenía una juventud a prueba de cualquier cosa.
Los que están acostumbrados a las etiquetas podrán decir que era un garantista, o un progresista, o las dos cosas a la vez.
Más allá de los rótulos, Ongaro era un buen viejo que como profesional y como ciudadano se puso muchas veces en lugares incómodos y defendió causas justas.
A Ongaro le dolía el dolor de los que menos tienen, de los más vulnerables y de los desposeídos. Sus mejores aportes a la comunidad pampeana no aparecerán en su currículum ni en el recorte de su trayectoria, porque tienen que ver con su generosidad y su capacidad para ponerse en el lugar de los otros. Para nunca mirar a los demás por encima del hombro.
Cada vez que recordaba la muerte de 12 internos en el Pabellón 4 de la Unidad 13 se le hacía un nudo en la garganta. Varios de los muchachos que dejaron morir allí, venidos de abajo, delincuentes contra la propiedad y no contra la vida, eran sus defendidos. Ongaro sabía que nunca la plata es todo. Y que a veces la plata no es nada.
Había nacido en la santafesina Zabala y llegó a La Pampa en el año ’58, como ministro del Superior Tribunal de Justicia, al que renunció 7 años después. Ejerció su profesión poniéndose del lado de los trabajadores: fue consejero y asesor de los salineros durante una larguísima huelga en nuestro país, mientras presidía el Colegio de Abogados; fue también presidente de la Biblioteca de la Universidad Nacional de La Pampa y el primer secretario general del gremio de los no docentes, cuando los estudiantes lo propusieron frustradamente como rector.
Si para algo luchó fue para extender la noción de libertad. Fue abogado de presos políticos durante la dictadura militar y en los últimos tiempos había escrito –y seguía escribiendo– una lúcida interpretación de las reformas propuestas al Código Penal, desde la cual –entre otras cosas– atacaba las posiciones dinosáuricas de los mano dura al estilo Blumberg. Entre ellas, las que impiden que las mujeres tengan decisión sobre su propio cuerpo. En setiembre había disertado sobre “El derecho al aborto legal, seguro y gratuito”.
Cuando integró el STJ por segunda vez, en la década del ’90, tuvo la valentía de ser el único que advirtió sobre la chanchada institucional que estaba cometiendo el oficialismo para garantizar la perpetuidad de Rubén Marín en el poder. Los otros integrantes del STJ avalaron la maniobra re-reeleccionaria, con la honrosa excepción del buen viejo que eligió estar en paz con su conciencia.
El mes pasado La Pampa se quedó sin ese buen viejo que es Ongaro. Una lástima. No estaría mal que unos cuantos imiten su conducta ética y humana, que le permitió hacer de la Abogacía –esa profesión a veces tan apta para el despliegue de los “cuervos”– un motivo de orgullo y una herramienta de transformación de la sociedad.