El 25 de octubre murió en Santa Rosa Ciro Lisando Ongaro. Tenía 88 años. Su fallecimiento es, de veras, una pérdida.
Ongaro fue un abogado reconocidísimo en la provincia, con una trayectoria intachable, demostraciones concretas de su honestidad e independencia. Pero mucho más que eso, los que lo conocieron lo recordarán por un nivel de humanidad extraordinario en las instituciones oficiales y en las épocas actuales.
Era un buen viejo, que en su vitalidad y en su visión del mundo tenía una juventud a prueba de cualquier cosa.
Los que están acostumbrados a las etiquetas podrán decir que era un garantista, o un progresista, o las dos cosas a la vez.
Más allá de los rótulos, Ongaro era un buen viejo que como profesional y como ciudadano se puso muchas veces en lugares incómodos y defendió causas justas.
A Ongaro le dolía el dolor de los que menos tienen, de los más vulnerables y de los desposeídos. Sus mejores aportes a la comunidad pampeana no aparecerán en su currículum ni en el recorte de su trayectoria, porque tienen que ver con su generosidad y su capacidad para ponerse en el lugar de los otros. Para nunca mirar a los demás por encima del hombro.
Cada vez que recordaba la muerte de 12 internos en el Pabellón 4 de la Unidad 13 se le hacía un nudo en la garganta. Varios de los muchachos que dejaron morir allí, venidos de abajo, delincuentes contra la propiedad y no contra la vida, eran sus defendidos. Ongaro sabía que nunca la plata es todo. Y que a veces la plata no es nada.
Había nacido en la santafesina Zabala y llegó a La Pampa en el año ’58, como ministro del Superior Tribunal de Justicia, al que renunció 7 años después. Ejerció su profesión poniéndose del lado de los trabajadores: fue consejero y asesor de los salineros durante una larguísima huelga en nuestro país, mientras presidía el Colegio de Abogados; fue también presidente de la Biblioteca de la Universidad Nacional de La Pampa y el primer secretario general del gremio de los no docentes, cuando los estudiantes lo propusieron frustradamente como rector.
Si para algo luchó fue para extender la noción de libertad. Fue abogado de presos políticos durante la dictadura militar y en los últimos tiempos había escrito –y seguía escribiendo– una lúcida interpretación de las reformas propuestas al Código Penal, desde la cual –entre otras cosas– atacaba las posiciones dinosáuricas de los mano dura al estilo Blumberg. Entre ellas, las que impiden que las mujeres tengan decisión sobre su propio cuerpo. En setiembre había disertado sobre “El derecho al aborto legal, seguro y gratuito”.
Cuando integró el STJ por segunda vez, en la década del ’90, tuvo la valentía de ser el único que advirtió sobre la chanchada institucional que estaba cometiendo el oficialismo para garantizar la perpetuidad de Rubén Marín en el poder. Los otros integrantes del STJ avalaron la maniobra re-reeleccionaria, con la honrosa excepción del buen viejo que eligió estar en paz con su conciencia.
El mes pasado La Pampa se quedó sin ese buen viejo que es Ongaro. Una lástima. No estaría mal que unos cuantos imiten su conducta ética y humana, que le permitió hacer de la Abogacía –esa profesión a veces tan apta para el despliegue de los “cuervos”– un motivo de orgullo y una herramienta de transformación de la sociedad.
11/03/2007
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2 comentarios:
no estaría mal que los descendientes imitaran a Ciro Ongaro, caso sus nietos abogados:uno mano larga y la otra ..bueno, ya sabemos.
Respecto de los descendientes de Ongaro... ¿No será que "De tal palo tal astilla"?
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