10/07/2006

La prensa de plomo


La ignorancia sobre la realidad política por la que atravesaba el país durante la última dictadura militar ha sido la excusa preferida por las mayorías para alivianar sus culpas una vez que se conoció el plan sistemático de represión estatal con el fin de eliminar a todos aquellos que osaran soñar con un mundo distinto, sin pobres y con posibilidades de desarrollo para todos.
Con grandes reservas, se podría licenciar por su silencio cómplice a los argentinos que ni ayer ni hoy se interesaron por lo que le pasa a su país. E incluso hilando más fino, ese manto de caridad podría recaer en un mayor número de personas en sociedades pequeñas como la pampeana. Si bien a juicio del escriba nadie puede ignorar tanto por tanto tiempo, se podría permitir ciertas licencias para algunos. Licencias que se otorgan con el claro convencimiento de saber que pertenecemos a una sociedad afecta a las derechas, liderazgos mesiánicos y la mano dura.
Pero hay segmentos sociales determinados como las fuerzas de seguridad (FFAA y Policías), militantes políticos (partidarios, vecinales, diversas organizaciones sociales, estudiantiles, etc.) y la prensa, que no ignoraban lo que sucedía y son plenamente responsables de su forma de actuar. Los primeros dos por las obvias razones de su actividad, la represión feroz y asesina por un lado, la firme convicción de que se puede construir una sociedad justa e igualitaria, por el otro. Y la prensa por la elocuente característica de su actividad: ser el canal de información entre los protagonistas y generadores de la noticia y la sociedad.
Algunos medios de comunicación se han erigido en la voz y la palabra de la defensa de los derechos humanos y el rescate histórico de las víctimas de las torturas y desapariciones sin más pergaminos que los que ellos mismos se otorgaron. Bastó con difundir que alguno de los integrantes de la redacción sufrió alguna amenaza o pasó algún tiempo detenido para presentar su “intachabilidad”. En todo caso, esas personas que padecieron como tantos miles de argentinos la represión militar, son los portadores de esa legitimidad, siempre y cuando a la salida de su presidio hayan sido consecuentes con el modo de actuar que los llevó a ser detenidos.
Se podrá argumentar que el miedo fue suficiente freno para cambiar de parecer, o callar algunas cosas no “tan relevantes”, en una sociedad que avaló en forma mayoritaria el inicio de la dictadura militar y estaba más atenta a las mieles triunfadoras provenientes de la gesta deportiva de los atletas nacionales. Pero la aceptación de ese argumento sería suficiente justificativo para que hoy, cuando matan a palos a los pibes en las comisarías pampeanas, los pobres y desamparados siguen padeciendo su martirio diario producto de un sistema que tiene por objeto expulsar a las mayorías, callen lo que a su juicio y criterio periodístico, la sociedad no quiere saber, o no es merecedor de un espacio importante en sus medios de comunicación financiados en gran parte por el responsable de la situación actual.
Muchos de los periodistas radiales de entonces, siguen al aire hoy, y dos de los tres diarios que vivieron entre 1976 y 1983, siguen apareciendo cada día en la provincia. Salvo los primeros días del golpe, no hay noticias ciertas sobre intervenciones en las redacciones para impedir la publicación de lo que le molestaba al régimen. Hoy ocupan grandes espacios en sus páginas informaciones que merecen su difusión pero que tapan otras de mayor importancia. Así se verá a las autoridades sacándose la foto que tanto les gusta cuando entregan algo a los necesitados, por cuenta y orden de ellos mismos, los expulsados del sistema.
Además, algunos le añadieron a sus impresiones, la voz de la radio en las que repiten las mismas informaciones. Para los desmemoriados y los menores de 30 años, el diario La Arena y La Reforma convivieron con la dictadura militar en los peores años, mientras que el diario La Capital no circula desde hace tiempo. De ninguna manera quiere decir que los que trabajaron en esos tiempos compartían las políticas represivas de los golpistas, pero por lo menos, la sociedad se merece un sinceramiento sobre estos temas. Si publicaron la información sobre desaparición de personas en lugar de hechos policiales en los que siempre caían los delincuentes, o dieron a conocer las voces de los que reclamaban por sus familiares o amigos desaparecidos, habrán atravesado el holocausto argentino con honra.

Juan José Beascochea

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